martes, 11 de noviembre de 2008

Quémese después de leer




Los Hermanos Coen (algo así como los Hermanos Marx pero en posmoderno) hacen dos tipos de películas: las pretenciosas y las estúpidas. En el primer rubro intentan la reelaboración, estilizada y mordaz, de los géneros cinematográficos clásicos, con resultados estupendos (De paseo a la muerte sigue siendo su mejor película; Sin lugar para los débiles, la que se asentará en las enciclopedias del cine), memorables (El apoderado Hudsucker, Barton Fink, El hombre que nunca estuvo) y prescindibles (El amor cuesta caro); en el segundo se regodean en la exposición meticulosa de un nutrido grupo de idiotas hasta estallar en comedias agrias, sin gags memorables pero con nerviosa tensión dramática. Allí están Simplemente sangre, Educando a Arizona, El gran Lebovski y ahora, Quémese después de leer.
Reto a que cualquiera trate de explicar de qué se trata Quémese después de leer y al medio minuto sentirá que está contando puras idioteces. ¿Qué sentido tiene explicar el despido de un agente de la CIA de quinta categoría, el adulterio de su esposa con un hipocondriaco que se dedica al bricolage de sillas pornográficas, la obsesión de una instructora de gimnasio por hojalatearse el cuerpo y el regodeo de Brad Pitt interpretando a Brad Pitt? Pero entonces los Coen utilizan una de sus mejores fortalezas: construir una trama intrincada, llena de pequeños detalles que van desperdigando cabos sueltos, más peripecias que revelaciones, más confusión que sentido, hasta que a media película irremediablemente se obliga a la pregunta: ¿qué rayos estoy viendo?, ¿por qué rayos lo estoy viendo? Y ahí se condensa lo genial de los Coen estúpidos: evidenciar el absurdo de su relato y evidenciar lo absurdos que son quienes lo ven, y sonreír sardónicamente ante tal experiencia del sinsentido. Y pobre quien intente interpretar algo (moraleja, estética, pensamiento, paradoja, premisa). Hoyo total.
Aún así me atrevo a abismarme al hoyo, al sugerir que el andamiaje de Quémese después de leer en algo se compadrea con todas estas películas de mosaico que hemos estado presenciando de unos veinte años a la fecha. Desde la versión altmaniana de los cuentos de Raymond Carver en Shortcuts, a la epifanía langostina de Magnolia de Paul Thomas Anderson, a los dulces con néctar de sacarina de Realmente amor de Richard Curtis, al trío del accidente de González Iñarritu (la efectista Amores perros, la efectiva 21 gramos, el exceso Soy Totalmente Globalizado Babel) y hasta a la mediocre Cuando Sea Grande Quiero Ser Amores Perros de Dos abrazos, de Enrique Begné. En todas ellas, la multiplicidad de historias responde (no debo decir a la moda no debo decir a la moda no debo decir a la moda) a la moda postmoderna que desprecia las historias únicas y redondas, y creen que la Verdad de la Ficción se encuentra en la fragmentación de varios relatos y en los juegos irónicos-paradójicos-complementarios que vienen de la comparación anecdótica (o: mira tú cómo es rara la vida que en un mismo choque a Cate Blanchet le dan un balazo y Benicio del Toro se hace religioso y Hugh Grant se hace primer ministro y a Tom Cruise le llueve un ejército de langostas).
En estas películas, algún elemento simbólico-azaroso (choques, amores, cruces de personajes, temblores, plagas bíblicas) unifica a las historias y les daría un Sentido Supremo que podría ir desde la moraleja ramplona hasta una visión más sustanciosa e intrincada. Los Coen se burlan de este macropropósito al resolverlo con las juntas de oficina entre dos altos ejecutivos de la CIA, que "unifican" el recuento de tonterías al revisarlo solamente para confirmar su inutilidad. Nada más lejano de los Coen estúpidos que querer dejar un mensaje, pero si algo semejante hubiera, sería asentar el regodeo de la inutilidad del mensaje. Contra las poéticas de las otras pelis que antes puse de ejemplo, la poética de los Coen indicaría que los humanos y la fragmentación de sus historias tampoco sirve para nada, y que el mentado Efecto Mariposa ("el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo", recita la wikipedia) se va a la mierda si aparece Brad Pitt con su ipod queriendo agandallar información confidencial. Por eso resultan tan afortunados los diálogos finales de la película ("¿Qué aprendimos de toda esta historia?" "No aprendimos nada"); moraleja cínica de un par de cineastas que no quieren llegar a ningún lado, pero para eso realizan acrobacias ingeniosas, que a pesar de ellos ofrece una visión: la de lo insensato del género humano y lo insensato del cine como educador/conscientizador/intelecto.
Si tuviera paciencia y habilidad para buscarlo, concluiría el comentario con alguna cita (que debe existir) que dijera algo así como: "Dios creó a los humanos porque necesitaba aburrirse con un reality show previsible y demente". Imagino que la cita sería de algún humorista judío. Y no me extrañaría que la firmara alguien que se apellidara Coen, por ejemplo.